30 de julio de 2015

De raices y alas

Hay multitud de clases de personas en el mundo: las que gustan más del mar, las que prefieren el campo. Las que esperan nostálgicamente el invierno, las que aguardan con ahínco el verano. Y existen también las que se quedan y las que se van. No es fácil ser del tipo que se queda, ni tampoco del tipo que se va. A veces, quien se queda siente el deseo de irse, de la misma forma que quien se va, siente un inmenso deseo por quedarse. Es difícil entender que no existe la posibilidad de tener alas y raíces al mismo tiempo, o lanzar el ancla a la arena y zarpar. Haces lo uno o lo otro. Algunas cuantas personas logran cambiar, después de todo vivimos en un cambio constante, pero es difícil apaciguar algo que ya traemos de nacimiento. Aquellos quienes se quedan se sienten bien así, y abandonar – las personas, lugares, ciudades, recuerdos – es algo muy difícil. Cuando la vida los incita a irse, ellos prefieren seguir allí. En ocasiones, son llamados conformistas – años en el mismo empleo, años con las mismas personas, nunca ha dejado la ciudad donde nació. ¿Y la vida?, ¿Y el mundo? Estos cuestionamientos pueden atormentarlos, alcanzar algo en sus corazones, pero cuando miran a su alrededor, apenas pueden entenderlo. Se pueden ir, siempre y cuando la condición para hacerlo sea volver, y volver rápido. Ellos quieren quedarse sin importar nada. Ah, las personas que se van… déjenlas que se vayan. No significa que no amen, no sientan nostalgia o que no les importe – simplemente su corazón es demasiado grande, y necesitan siempre estar en expansión. Cuando son enclaustradas, sufren mucho. No caben en los cubículos, no encajan en los trajes, no caben en sí mismos – el movimiento es la palabra que define sus vidas. Algunos creen que este tipo de persona es indecisa, inquieta e incluso frustrada, pues siempre parece estar buscando respuestas. No. En realidad, a esas personas que se van no les interesan demasiado las respuestas – su combustible está hecho a base de preguntas. Cuestionan todo el tiempo, piensan todo el tiempo, observan todo el tiempo. Se ven deslumbradas por la cantidad de maravillas que el mundo puede ofrecer, ya sea en una ciudad moderna como Paris o en un bar abandonado en una esquina cualquiera. Sucede, en ocasiones, que las personas que se quedan se enamoran de las personas que se van. De ahí la necesidad de izar y anclar, echar raíces y volar, correr y quedarse quieto. Podría escribir consejos, podría decir quédate, vete, espera, acepta. Pero no me corresponde. El amor es movimiento, energía, es vida pulsando dentro y fuera de nosotros, y exactamente por eso es tan personal. La única cosa que me atrevo a recomendar es: Siente. Permítete eso. Amplia el sentimiento, no lo guardes para ti. Y acepta el tipo de persona que es el otro. “Es difícil enamorarse de los que tienen alas”, dice un poeta. Pero también es difícil arrancar a quienes ya han echado raíces. Hail Juano...

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